Por: José Manuel Elizondo Cuevas
Epifanio Buenrostro se levantó un poco más
temprano que de costumbre, tenía entre sus planes trasladarse a la cabecera
municipal, a media hora de distancia de su lugar de residencia, El
Guamuchilito
, un pequeño rancho de unos 2,500 habitantes.
“Pifanio” como le llamaban sus familiares y
amigos cercanos, era un campesino que frisaba los 50 años de edad, de rostro
amable y piel curtida por la ardiente resolana de aquellos lugares.
Acostumbrado a ganarse el pan con el sudor de su frente, y de otras partes del
cuerpo también, este hombre tenía la agricultura como su principal actividad,
sobre todo la siembra de frijol y maíz, aunque de repente también le aventaba
sorgo o tomate a su pequeña propiedad agrícola de temporal, que apenitas le
daba para mantener a sus tres hijos que aún dependían de él, ya que su
primogénito José Epifanio, se fue en busca del “sueño americano” y desde unos 3
años a la fecha no se sabe nada de él.
El amigo Epifanio apuró el último sorbo del
café de olla, que desde temprano le había preparado su inseparable compañera,
Doña Panchita Espericueta, su esposa. Ella, nacida también en aquel rancho, era
una mujer hacendosa, limpia y muy amable, cualidades por las que la comunidad
la apreciaba de verdad.
Los Buenrostro Espericueta, eran una de
tantas familias rurales de aquellas latitudes que vivían en condiciones muy
precarias, se mantenían un tanto de las exiguas cosechas que obtenía el “páter
familias” y de uno que otro trabajo eventual que éste obtenía, ya fuera de
jornalero, ayudante de albañil o cualquiera que se presentara por casualidad o
por bendición. Panchita colaboraba con hacer rendir el escaso “chivo” que
ingresaba a aquel humilde pero honrado, y hasta cierto punto, feliz hogar. Además,
cuando el tiempo y el cuidado de sus hijos lo permitían pues se daba “el lujo”
de tejer algunas carpetitas y bordar servilletas que vendía a los vecinos de
mayores posibilidades económicas.
Los hijos de Epifanio, una muchacha a punto
de terminar la telesecundaria, otra en el sexto año de primaria y el más
pequeño de todos, Ismael, un chavo de 10 años de edad que cursaba el cuarto
grado en la primaria rural de su pueblo natal. Era justo, por este muchachito
la premura del atribulado Epifanio por llegar a Tlacoyoapan, a ver al cacique
municipal, perdón al Presidente de ese “próspero” municipio: Don Melitón
Malacara, buscando resolver el asunto del “accidente” en que una combi del
servicio de transporte público atropelló al pequeño Ismael y lo dejó inconsciente,
lesionado y abandonado en el camino, pese a que hubo varios testigos en dicho
suceso.
La sala de espera del Presidente Municipal
estaba a reventar, decenas de personas de distintos aspectos se mezclaban
involuntariamente, había sombrerudos, como Epifanio, otros de buen vestir,
incluso con corbata y bien peinados, algunos hasta portaban elegantes maletines
que no se sabía bien si eran para “traer” o para “llevar” alguna cosa. Por
supuesto que había mujeres también, algunas muy guapas y acicaladas que eran
las que más movimiento denotaban, unas salían otras entraban, siempre
sonrientes. Epifanio veía como entraban y salían gentes de aquel elegante
despacho que hasta puerta de caoba tenía. En una de esas, un tanto impaciente,
le preguntó a Simón Esparza, el Secretario Particular, que si ya le tocaría
entrar porque ya habían pasado algunas gentes que llegaron mucho después que
él. Esparza le contestó que esas gentes ya tenían varios días esperando al
munícipe, por eso pasaron antes, que tendría que seguir esperando. Así sucedió
y después de un soporífero tiempo de espera, ya siendo el último, le tocó su
“turno” al cansado Epifanio.
-Pásale mi querido Epifanio - masculló Don
Melitón Malacara, haciendo honor a su apellido, se notaba fastidiado.
Antes de que me digas algo, yo debo decirte
que si vienes por algún apoyo económico, no hay dinero, estamos en la ruina, la
administración anterior nos dejó sin efectivo y muy endeudados. No sabemos ni
que hacer para pagar la nómina, ni las prestaciones de los sindicalizados,
vamos a tener que hacer un recorte de personal; es más, no hay ni para papel.
Epifanio le dijo que trataba de entender la
situación del Ayuntamiento, pero que no quería ningún apoyo económico gratuito,
solo quería que se hiciera justicia, que se le pagaran los gastos del hospital,
medicinas y la silla de ruedas en que estaba su hijo, para lo cual tuvo que
vender a un “desconocido” una parte de su parcela, solicitaba además que se
llevara ante el juez al irresponsable conductor de la “combi diabólica” ya que
no era el primer accidente que ocasionaba en esa ruta.
Con un tono paternal, Don Melitón le dijo a
Epifanio que el problema financiero del Ayuntamiento era tan grave, que él
mismo ordenó a su tesorero que les rebajara el sueldo a todos los funcionarios
y hasta al cabildo. Le ordenó, según él, que los regidores ganaran solo la
mitad de sus sueldos actuales y el tesorero, secretario, directores y demás
funcionarios mayores solo la tercera parte del mismo, que incluso estaba
pensando muy seriamente prescindir de su sueldo mensual hasta que se pudiera
mejorar la situación. Le dijo también que, ante tal problemática, vendió uno de
sus camiones de carga para apoyar al erario municipal, sacrificando su
patrimonio personal.
Con cara de héroe de la independencia y un
intenso brillo en su mirada Don Melitón, abrazando a Epifanio, le dice
cálidamente que vaya con Dios, que se hará cargo pronto de su asunto, que no se
preocupe, que en cuanto mejore la situación se le va a pagar hasta el último
centavo y que sin duda el “canalla” cafre del volante, pagará cara su osadía.
Cabizbajo, aturdido, confuso y pensativo sale
Epifanio del lujoso despacho, baja las escaleras del recinto oficial y se aleja
por el camino rumbo a su pueblito. Detrás de las cortinas de terciopelo azul,
sale el tesorero municipal, el Contador Aznart, que le entrega al presidente la
licencia de chofer del indiciado cafre, su sobrino Juanito Malacara, y una
tarjeta de circulación en la que se lee “Combis Unidas Malacara S. de R.L.”. En
lontananza, la silueta de Epifanio se pierde entre el polvo del camino,
mientras unas copas chocan en alegre y victorioso brindis, festejando la más
reciente transferencia bancaria a la cuenta personal del poderoso y persuasivo
funcionario público, el paladín de la justicia, Don Melitón Malacara. CUALQUIER SEMEJANZA CON LA VIDA REAL, ES PURA
COINCIDENCIA. – LOS ESPERO LA PRÓXIMA SEMANA- COMENTARIOS Y SUGERENCIAS AL
CORREO: elizondojm@hotmail.com
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