La Ley Laboral: legalizar lo indecente
Sara LOVERA
En 1964 se inauguró en México la empresa
maquiladora, hoy llamada empresa de productos para la exportación.
Este
tipo de empresas que no pagan aranceles, y fueron construidas fuera
de la ley, crecieron y se multiplicaron de la frontera norte de México a
todo el país.
Hace casi 50 años estas empresas fueron
diseñadas con un régimen laboral “especial”, violando la Ley
Federal del Trabajo de 1931. Empresas que principalmente contratan mano de obra
femenina –hubo épocas en que era hasta de 90 por ciento sólo de mujeres- y
al margen de cualquier control del Estado.
Aparecieron en la frontera norte tras la
suspensión del Programa Bracero como parte del Programa Nacional Fronterizo.
Entonces su objetivo, dijeron el gobierno y empresarios, era dar
empleo permanente a los trabajadores temporales (braceros) que cruzaban la
frontera para trabajar en los campos agrícolas de Estados Unidos. Hoy se nos
dice que la propuesta de nueva ley laboral es para crear empleos.
En 1982, al finalizar el gobierno de López
Portillo existían 585 maquiladoras en México. El modelo creció, se
instaló en decenas de ciudades, zonas francas y fronterizas de América
Latina, su característica es abrir y cerrar a su antojo y al ritmo del mercado,
nunca procuraron el bienestar de quienes ahí laboraban.
Se las llamó empresas "golondrinas"
y combatieron sistemáticamente la formación de verdaderos sindicatos. Nadie
jamás ha conseguido buenas condiciones laborales en tales empresas. Crecieron
al amparo y con la complicidad de las centrales obreras.
Hoy es este el modelo laboral, que con la
probable aceptación de la iniciativa de Felipe Calderón para reformar la Ley
que tutela los derechos laborales de la clase obrera mexicana, pero que
eterniza un modelo autoritario en los sindicatos. Estamos ya en el momento en
que se instalará el prototipo que es funcional a la avaricia empresarial, sin
nadie que se le oponga con fuerza y determinación.
A la fecha, 3 mil 430 maquilas son informales
y 3 mil 750 son formales, la mayor parte de éstas últimas se concentra en los
estados fronterizos de México. ¿Qué quiere decir esto? que al amparo de su
origen y con el pretexto de crear empleos, así sean totalmente precarios, sin
respetar los derechos fundamentales, surgen negocios, cadenas productivas, por
todo México sin que haya régimen que se los impida. Formales son fábricas con
determinada reglamentación, informales las que nacen y desparecen al ritmo del
mercado. Una explotación fenomenal de mano de obra, sólo comparable con el régimen
establecido en China y a veces peor.
Fue en este tipo de empresas donde se ensayó
el modelo laboral que ahora Felipe Calderón y el PRI tratan de legalizar,
contra toda inteligencia. Hay historias tremendas, sobre todo de efectos en la
salud de las y los trabajadores de la maquila por uso de toda clase de
sustancias químicas y ritmos laborales extenuantes, que hace más de 20 años
habían originado una generación de criaturas, hijas o hijos de las obreras, con
daños irreversibles a su salud.
El domingo 23 de septiembre, por la
noche, Manlio Fabio Beltrones, representante de Enrique Peña Nieto en la Cámara
de Diputados, aseguró que antes de que termine esta semana estará aprobada en
esa cámara la Ley Laboral, que finalmente ha sido diseñada para esta etapa
capitalista del país, de cara a la debilidad sindical .
Un dato aterrador es que sólo 12 por ciento
de más de 40 millones de personas laborando -en toda clase de sistemas- está
sindicalizado. Así que ahora se puede, no hay dique ni siquiera
demagógico para actuar. Hay que tomar en cuenta a los octa y nonagenarios
dirigentes de las otrora centrales sindicales socias del PRI. También los
dueños del poder están aprovechando la dispersión y el cansancio de las y
los trabajadores, que durante décadas han intentado que la Ley de 1931 se
cumpla. De la legítima visión de que la ley debe cambiar, pero no para peor.
Es decir, se legalizará el modelo laboral que
ha sido ensayado por los empresarios mexicanos y extranjeros durante casi 50
años, por encima de la ley, con reglamentaciones secundarias que han dejado
correr todas las desgracias: trabajo sin seguridad social -80 por ciento
de las mujeres que laboran no tienen esta seguridad-, sin horarios o con
horarios compactados, con pago por horas. Porque no se resolvió, a pesar de
toda la parafernalia, el tema de las responsabilidades familiares centradas en
las mujeres, ni se valoró el empleo femenino, siempre complementario,
insustancial, como prolongación del trabajo doméstico.
Nos invaden los empleos precarios, los
contratos colectivos abatidos a partir de 1983 cuando llegó Miguel de la
Madrid a la Presidencia de la República; también los líderes a quienes se les
ha consentido, sistemáticamente, esos que promueven los contratos
llamados de "protección" que sirven de mascarada y que se hacen para
evitar la verdadera sindicalización. Es como firmar un documento que no ampara
a nadie, y contratar a las y los trabajadores con los mínimos en salario,
prestaciones y muchas veces sin seguridad social.
El conocido como movimiento obrero
independiente, fue también lentamente aplastado por el impulso de los
capitales, el dinero y las Juntas de Conciliación y Arbitraje, dirigidas por el
gobierno, los patrones y los sindicatos que conocemos como" vendidos o
charros", con represiones cíclicas, la ayuda de los testaferros de los
monopolios televisivos, situación profundizada por las crisis
recurrentes que impidieron la defensa laboral.
Las empresas así construidas, invadieron los
segundos y terceros pisos del centro de la ciudad de México, con talleres de
costura, donde las mujeres eran castigadas, reprimidas, obligadas a romper la
jornada laboral oficial de 8 horas, para trabajar 14 y hasta más, situación que
no ha cambiado; lo mismo se hizo en las plantas manufactureras que vieron
crecer los capitales de industrias paralelas para la minería, la siderurgia, el
vidrio, la fabricación de aditivos para la electricidad, las partes
automotrices, todo, absolutamente todo.
En las décadas de los 80 y 90 los llamados
grandes sindicatos de telefonistas, petroleros, mineros, acereros, azucareros,
de las industrias llantera y automotriz, vieron disminuir sus contratos y
fueron invadidos por empresas llamadas terceristas, fuera de contrato colectivo
de trabajo, fuera de los acuerdos, que emplean a personas sin derechos y no
gozan de los beneficios de un buen contrato.
La debacle surgió de la mano de nuevas
tecnologías de la producción y lo que el capitalismo mundial llamó
restructuración productiva. Poco a poco desaparecieron los llamados Contratos
Ley y se derribaron también los derechos laborales en la burocracia.
Hoy, cientos de instituciones contratan a
terceros para no pagar derechos, impedir que acumulen antigüedad o ascensos.
Ello sucede en todas las dependencias públicas, al amparo de la necesidad y
ejerciendo cínicamente el abuso.
Miles, millones de trabajadores y
trabajadoras en México laboran por contrato, sin derechos, estos contratos se
renuevan cada 3 meses, quienes los firman como empleados, no
pueden acceder a los derechos de vivienda, seguro, huelga, sindicato, ni nada.
La precarización es inimaginable, las jornadas laborales cuyo límite son 8
horas, son un viejo recuerdo en la práctica. Esa jornada por la que se
conmemora el sacrificio de los mártires de Chicago, que se recuerdan el 1
de mayo, glamoroso día del trabajo, simplemente no existe. Hay trabajo
infantil, por horas. A pesar de todo, nuestros flamantes nuevos diputados
priistas están a punto de firmar esta estulticia.
La carnada son las mujeres, la tan traída y llevada
perspectiva de género, el hostigamiento sexual en el trabajo, el trabajo
femenino, la maternidad y no sé cuantas cosas más. Afortunadamente, esa mentira
perversa ya ha sido desmantelada por las mujeres organizadas, en redes de
trabajadoras y feministas, pero son las menos y ahora nada parece indicar que
podrá detenerse el cambio hacia la legalidad de la ilegalidad tantos años
ensayada y puesta en marcha.
Lo más cruel es que quienes pactaron esta
iniciativa, que se acordará rápidamente, saben que no habrá oposición, dejarán
a los líderes venales con todos su privilegios y no, no se meterán en sus
finanzas, ni le arrancarán la ominosa cláusula de exclusión, esta forma de
despido, sin responsabilidad, para que en conjunto, los señores del dinero,
dispongan de nuestros brazos y nuestras almas, por un tiempo indeterminado.
Parar, significaría deshacerse de la parafernalia, de la compartimentación de
nuestros derechos, deseos, necesidades. Dejar atrás el tema de los derechos
individuales y volver a la clase.
Es increíble pensar que a 167 años de
distancia, poco más de siglo y medio, las similitudes entre la clase
obrera de la Inglaterra de 1845 y la mexicana en el año 2012 sean tantas. Hoy,
la industria maquiladora como la manufacturera en 1845, centralizan la
propiedad en manos de pocos, utilizan a los trabajadores como piezas del
capital y los explotan en las condiciones más adversas.
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